Blog

¿Por qué no podemos dormir?

     «La lucidez es la herida más cercana al sol»

René Char

 

 

 

El libro del psicoanalista inglés Darian Leader orbita alrededor de esta pregunta. En las sociedades hiperproductivas del capitalismo tardío el acto de dormir se ha convertido en una gran preocupación, casi una obsesión: ya sea por las exigencias perpetuas del medio laboral, las preocupaciones diarias, las tribulaciones de nuestra vida personal o los estímulos que recibimos sin parar del exterior (sobre todo de las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos), el descanso se ha vuelto algo tan escaso como ansiado. Esto ha dado lugar al surgimiento de una boyante industria del sueño con un nutrido catálogo de opciones que van desde las terapias de relajación, la medicación especializada -y no tan especializada-, los tratamientos naturistas y técnicas de meditación, hasta los remedios milagrosos, los libros de consejos e infinidad de artículos diseñados para facilitar el descanso… Toda esta parafernalia devela una realidad preocupante de nuestra época: el sueño ha dejado de ser algo que nos ocurre para convertirse en algo que insistentemente nos hace falta

   El problema del insomnio y la consecuente falta de descanso se plantea a nivel social casi exclusivamente guiado por los parámetros productivos del mercado capitalista: dormir bien se asocia a una vida más sana y plena, y esto se traduce inmediatamente en un mejor rendimiento laboral y personal; mientras que dormir mal o ser deficitario de sueño puede disminuir nuestra productividad, afectar nuestra calidad de vida, ser causante de nuestro fracaso profesional o sumergirnos en la espiral de la depresión. Sin embargo, aunque se ha montado toda una industria clínico-farmacológica en torno al sueño y sus alteraciones, ninguna de las explicaciones propuestas hasta ahora ha agotado de manera satisfactoria la cuestión del por qué no podemos dormir y, por momentos incluso, algunos de sus presupuestos teóricos han dificultado el desarrollo de un debate más profundo y serio sobre el insomnio y los llamados «trastornos del sueño»: las investigaciones que llevan a cabo algunos de los higienistas del sueño que han influido de manera decisiva en la manera en que la sociedad concibe lo que significa dormir, descansar o padecer insomnio[1], con frecuencia eluden la dimensión subjetiva de quien padece de insomnio, rechazo que entorpece nuestra comprensión del problema. Esa es una de las premisas que dan cuerpo al libro de Leader. Después de todo, la pregunta por aquello que nos roba el sueño -y con ello la vida- permanece insidiosamente abierta, como una boca atrapada en un bostezo. Así que una y otra vez, como Sísifo en la montaña, volvemos a plantearnos la misma pregunta: ¿por qué no podemos dormir? 

   Las diferentes respuestas a esta pregunta son analizadas de manera cuidadosa a lo largo del libro. Leader repasa algunas de las ideas que actualmente condicionan nuestro acercamiento al insomnio, desde aquellas que atribuyen la falta de sueño a una creciente incapacidad para suspender la actividad de nuestra mente, hasta las que proponen como remedio una visión normativa de la higiene del sueño, e incluso las de quienes creen que algo tan básico como un buen colchón puede ser la solución definitiva para gozar de un descanso reparador. El libro pone en entredicho estas ideas y, a través de sus críticas, abre la posibilidad de abordar el problema del insomnio desde una perspectiva más amplia y profunda.

 

Dormir es una conquista cultural

 

  La primera idea que cuestiona el libro de Leader es que dormir sea una actividad «natural». El acto de dormir es algo que aprendemos, una habilidad adquirida desde temprana edad en la que la presencia del Otro desempeña un papel fundamental. Sabemos perfectamente que necesitamos dormir, pero con frecuencia olvidamos que el modo de hacerlo nos es dado en la interacción con las personas que nos rodean. Desde que somos bebés nuestros padres -o nuestra madre o nuestro padre o quien sea que se encargue de nuestro cuidado- se esfuerzan por enseñarnos a dormir, acostumbrarnos a descansar de acuerdo con sus propios criterios (también aprendidos socialmente), imponernos horarios, hábitos y disciplinas: la imagen de padres exhaustos y ojerosos tratando de dormir a sus bebés de madrugada es una prueba fehaciente de que el acto de dormir no es algo tan espontáneo como creemos, sino que es todo un proceso codificado por la cultura y nuestras relaciones de afecto y dependencia con los demás.

   Que el acto de dormir esté configurado por un código cultural específico -desde horarios concretos hasta rituales antes de ir a la cama- implica que, de alguna manera, el Otro siempre está involucrado en nuestro descanso. Aunque la presencia del Otro en los rituales previos al acto de ir a dormir es muy evidente en la infancia (y Leader no escatima en ejemplos en los que una presencia agobiante o una ausencia rotunda de los padres a la hora de dormir afecta el descanso de los hijos), en la edad adulta aparentemente no desempeña un papel tan importante. Pero esta percepción es errónea: el descanso en los adultos, al igual que en los niños, está fuertemente influenciado por el medio en el que se desenvuelven y las personas que los rodean, así como por las huellas que han dejado en su memoria los avatares de su existencia. En contraste con la creencia de que dormir es un acto personal y profundamente solitario (algo que nos ayuda a evadirnos de la realidad), Leader defiende la tesis de que nuestro descanso siempre es acechado por la presencia e influencia del mundo que nos rodea y que habita en nuestro interior. De hecho, en muchas ocasiones los problemas para dormir provienen de la incapacidad de algunas personas para desconectarse del mundo que las rodea. En última instancia el argumento del libro sólo se hace eco de un hecho archiconocido en la reflexión filosófica: que todas las personas son seres relaciones, y por ello, están sometidas a relaciones de afecto y dependencia. Si quisiéramos comprender por qué una persona sufre un insomnio prolongado, no deberíamos soslayar el hecho de que la mayoría de las veces los conflictos y tensiones que impiden el descanso se originan en la interacción de afectos, emociones, traumas y preocupaciones en las que los otros están íntimamente involucrados. Es en la compleja interacción con el mundo donde se encuentran buena parte de las claves para comprender las causas del insomnio.

   Si Leader insiste tanto en subrayar la dimensión socio-cultural del durmiente es porque quiere cuestionar algunos de los presupuestos que operan en las actuales investigaciones médicas sobre el sueño y el insomnio. En los estudios que retoma de «higienistas» y especialistas en la «ciencia del sueño» se repite casi siempre el mismo patrón. Para descubrir qué ocurre en la mente de una persona cuando duerme le solicitan a un individuo que entre en una habitación perfectamente acondicionada para el descanso y trate de dormir. Se trata de un espacio acogedor, aislado del «mundanal ruido», con una temperatura agradable, una luz tenue, un silencio propicio, y – no menos importante- un colchón cómodo. Este cuarto ideal es el laboratorio en el que se desarrollan las investigaciones sobre la ciencia del sueño y donde, presumiblemente, la persona se despoja de cualquier tipo de influencia exterior que pueda ser nociva para su descanso. La idea que anima a estos experimentos es que toda esta atmósfera artificial debe facilitar a las personas el tránsito hacia el sueño mientras los científicos, desde el «cuarto de control», ponen en marcha un estudio polisomnográfico para determinar qué sucede en su cuerpo cuando duerme, cuál es la actividad eléctrica de su cerebro, cuál es la frecuencia del «movimiento ocular rápido» (REM por sus siglas en inglés) mientras descansa, de qué modo la información que recibió su mente antes de dormir puede influir en su descanso, etcétera. El objetivo de la higiene del sueño es resguardar al sujeto de todo lo que pueda distraerlo del acto de dormir o, dicho en otras palabras, suspender de manera radical sus lazos con los otros y el mundo que lo rodea para que pueda entregarse sin dificultades al sueño.

   Aunque los avances en el estudio de la actividad cerebral mientras dormimos nos ayudan a conocer mejor qué pasa en nuestro cuerpo cuando descansamos, la necesidad de aislar a los individuos en condiciones extraordinarias para hacerlos dormir no está exenta de críticas: no deja de ser irónico que los higienistas del sueño pretendan evitar la influencia del mundo exterior en el descanso de la persona mientras imponen unas condiciones de reposo que no parecen ser nada «naturales»: la mayor intromisión del exterior en el sueño de una persona es, de hecho, la imposición de esas condiciones «ideales» de descanso que suelen estar completamente alejadas de la experiencia cotidiana de la mayoría de los insomnes. De nuevo la pretendida naturalidad del acto de dormir es seriamente cuestionada por las condiciones «idóneas» del descanso impuestas por la higiene del sueño, además de que una vez más se demuestra que no es posible separar completamente al durmiente de algún tipo de relación con el otro. La ciencia del sueño pretende apartar al durmiente de los influjos del exterior…para someterlo a los influjos de otro agente igualmente externo: la propia ciencia.

Quizá el lugar en el que esta contradicción se vuelve más evidente -y problemática- es en el sueño. Al soñar fantaseamos, nuestra psique transfigura en imágenes fragmentos de nuestra vida inconsciente y de nuestros deseos, fabrica un mundo cuya lógica -incierta y desconcertante- sólo nos atañe a nosotros, aunque raras veces seamos capaces de comprenderla. Desde la onirocrítica de Artemidoro hasta los sueños analizados por Freud, es evidente que no importa que al dormir nos desconectemos de la realidad que nos rodea, sigamos con pulcritud un ritual de preparación para el descanso y nos apartemos del ruido, siempre llevamos en nuestros sueños la presencia del exterior, del mundo, de los vaivenes de nuestra vida y de la influencia de los otros que se esconden en la parte más íntima de nuestra psique. Un higienista podrá limitar el contacto del sujeto con un exterior caótico mientras duerme, pero nada puede hacer frente a las reverberaciones del caos interior que lo agita. Cuando en la tercera elegía Rilke evoca a un durmiente, apunta: «¡parecía seguro…! Pero dentro, ¿quién le defendía? ¿quién podría detener en su interior las aguas del origen?». Ninguna barrera por avanzada y sofisticada que sea puede frenar la influencia que tiene la vida en nuestros sueños, y por extensión, en nuestro descanso. 

   En los albores del siglo XX, Freud insistió en algo que poco tiempo después terminarían confirmando las investigaciones sobre la clínica del sueño: que mientras dormimos, nuestra psique tiene una sorprendente actividad, cuya creación más identificable son los sueños. Cuando dormimos nuestra psique lleva a cabo un trabajo tan fascinante como complejo: reelabora algunos conflictos irresueltos de nuestra vida, deseos inconscientes, tribulaciones existenciales y perturbaciones de nuestra existencia, porque en ese momento los mecanismos represivos que operan durante la vigilia impidiendo que el contenido inconsciente de nuestra vida emerja ceden lenta y sutilmente ante la pesadez del sueño permitiendo, de esta manera, que el cúmulo de emociones, deseos, recuerdos, miedos y traumas reprimidos reaparezcan transfigurados a través de nuestros sueños. Pero del mismo modo en que la sustancia de nuestros sueños está hecha de los traumas, alteraciones y sinsabores de nuestra vida, esas mismas tribulaciones pueden por momentos impedir que tengamos un sueño reparador o sencillamente que podamos dormir. Lo que nos hace soñar es de la misma naturaleza de lo que nos impide dormir, y en ambos casos, tanto si se trata del sueño como del insomnio, es imposible descifrar lo que está ahí involucrado si al momento de investigar sus causas, omitimos las relaciones que las personas establecen con el mundo que las rodea. Si el objetivo principal de la ciencia del sueño es comprender por qué se producen el insomnio y los trastornos el sueño, ¿no resulta extraño entonces que para ello prescinda del contenido psíquico que afecta a nivel íntimo a las personas, y que algunas veces las hace soñar y otras veces les impide dormir?

Leader denuncia que, en el fondo, la asepsia que promueve la clínica del sueño es impulsada por la perpetua obsesión de convertir al sueño exclusivamente en un objeto de estudio, privándolo de la riqueza cultural, imaginativa y personal que lo envuelve y esto, a la larga, ha terminado por empobrecer nuestro conocimiento del mismo porque en unas cuantas décadas los sueños para estos investigadores han dejado de ser la expresión de la vida íntima de una persona para convertirse en una forma de establecer la medida universal del descanso humano. Este es el gran problema de la obsesión higiénica del descanso: deja de indagar las causas individuales y concretas del insomnio (inseparables de la vida privada de la persona) y se concentra en una visión normativa del sueño y el descanso. Esto ha abierto un curioso abismo en nuestro conocimiento del insomnio y los trastornos del sueño ya que «lo que el insomne y el científico del sueño quieren decir cuando hablan de ‘sueño’ no es la misma cosa»[2], porque los electroencefalogramas tomados mientras una persona duerme, la medición de su ritmo cardiaco o la meticulosa observación de sus REM nada tienen que ver con la experiencia de angustia, ansiedad o frustración que el insomne describe cuando no puede dormir. El insomnio es la manifestación de que algo no marcha bien y no se puede seguir ignorándolo. El problema es que la ciencia del sueño es incapaz de escucharlo.

 

 

Detener la «mente» para poder dormir

 

   Las personas que sufren de insomnio crónico usualmente describen su experiencia como una tortura en la que no pueden quedarse dormidas porque, sencillamente, su mente no se detiene. El insomnio causado por la hiperactividad mental es uno de los casos más recurrentes y paradigmáticos de las alteraciones del sueño. Esas largas noches en las que nuestra mente nos atormenta con un montón de ideas inconexas, reclamos insistentes y reproches despiadados son un verdadero suplicio que no sólo nos impide conciliar el sueño, sino que, a la larga, nos agota emocionalmente e incluso, en algunos casos extremos, puede llegar a incapacitarnos. Quien haya sufrido alguna vez este tipo de hiperactividad mental -difícilmente habrá alguien que nunca la haya padecido- sabe perfectamente que las recomendaciones contenidas en los manuales de higiene del sueño pueden hacer muy poco o casi nada contra el insomnio porque, en este caso, es muy claro que el problema no proviene del exterior, sino de la mente del propio sujeto: ninguna habitación está lo suficientemente preparada, acondicionada y aclimatada para contener la ansiedad de quien no puede dormir. La fuente de la intranquilidad es justamente la hiperactividad de la mente.

   Pero a todo esto, ¿en qué consiste esa hiperactividad? ¿qué hace nuestra mente durante esas noches interminables en que no podemos conciliar el sueño? La respuesta es muy sencilla: habla. Leader sólo toca de manera tangencial este hecho a pesar de que ejemplifica perfectamente sus tesis sobre la importancia del lenguaje para comprender el problema del insomnio.  La mente hiperactiva habla, habla frenéticamente sin que podamos controlarla, se acelera por momentos, salta de una idea a otra, se revuelve sobre sí misma; a veces es un molesto runrún que no se calla y en otros momentos es un ruido constante pero de baja intensidad, como una radio que permanece encendida dentro de una sala vacía. Las metáforas que utilizan quienes padecen este tipo de insomnio son tan originales como extravagantes, y muestran el enorme esfuerzo que realizan estos insomnes para tratar de describir «eso» que llaman la voz de su cabeza: algunos se identifican con esa voz («no me puedo contener, todo el tiempo estoy pensando») y otros sencillamente la describen como un agente externo al que no pueden controlar («por más que lo intento no se calla»). Tanto si nos identificamos con esa voz como si tomamos distancia de ella[3], lo más angustiante de su hiperactiviad es el hecho de sentirnos impotentes para silenciarla. Es como tener al enemigo en casa. El gran drama del insomnio por hiperactividad mental es que terminamos siendo presas de nuestros pensamientos.  

   Por extraño que parezca, muchas personas no pueden conciliar el sueño porque su mente no se apaga. Si el problema principal es la mente parlanchina e hiperactiva, la solución consistirá en buscar la manera de silenciarla y apaciguarla. Las prácticas de relajación y meditación, así como el mindfulness, tan en boga entre personas que lidian con enormes cargas de estrés, se ofrecen actualmente como la solución al problema. Algunos higienistas del sueño comparten esta misma aspiración; el objetivo ya no es sólo practicar la asepsia física del espacio sino también el vaciamiento mental para conseguir un descanso reparador: del mismo modo en que se despeja una habitación y se eliminan el ruido y la luz para que podamos dormir plácidamente, también se puede vaciar la mente y practicar un minimalismo cognitivo que nos relaje hasta el punto de quedarnos dormidos.[4] La literatura de autoayuda es la portavoz más identificable de este mensaje. En los libros que promueven prácticas de relajación y mindfulness, siempre encontramos consejos formulados como instrucciones: «relájese», «no piense en nada», «mantenga la mente en blanco», «inhale profundamente y exhale despacio por la boca», «visualice un atardecer hermoso o un día soleado en el campo». El éxito de este tipo de discursos reside en su capacidad para sustituir la impotencia de quien no puede parar el flujo de sus pensamientos por la pasividad de quien acata sin reparos los consejos de personas que, desde una posición de autoridad, ayudan a despejar la mente.[5] De este modo, las personas no tienen que enfrentarse al torrente desbocado de sus pensamientos, sino sencillamente ignorarlos.

   Sin embargo, a pesar de su enorme popularidad, estas prácticas en realidad son poco efectivas, pues no resuelven el problema de raíz y aunque al principio pudieran funcionar -en caso de que lo hagan-, después de un tiempo -que puede ser tan breve como un par de noches- el insomnio regresa una vez más, con la frustración añadida de que ahora la persona está convencida de que su mente es su peor enemiga y que no puede controlarla. Quienes han practicado alguna vez el mindfulness para combatir el insomnio crónico saben muy bien cómo acaba la historia: en el mismo lugar en el que empezó. 

  ¿Qué podemos hacer entonces con la hiperactividad mental? Antes de intentar apagar nuestra mente hiperactiva, antes de silenciar esa voz molesta e incontrolable que nos atormenta, antes incluso de buscar un estado de paz mediante la meditación, el psicoanálisis propondría tomar otro camino: si la mente habla frenéticamente…¿por qué no escuchar lo que quiere decir? En lugar de tratar de silenciar nuestros pensamientos, ¿no sería mejor abrir bien los oídos y hacer el esfuerzo de descifrar eso que nos quieren transmitir? Resulta sorprendente leer en el libro de Leader cómo los especialistas en la clínica del sueño se afanan buscando las causas del insomnio en la deficiente armonía del espacio en el que dormimos, en cómo nos preparamos física y mentalmente para el descanso e incluso en qué cantidad y tipo de alimentos ingerimos antes de ir a la cama, ignorando por completo el hecho de que el insomnio puede ser algo más que un «trastorno del sueño» o la alteración de un (inexistente) parámetro universal del sueño: también puede ser un mensaje. Si nuestra mente no se calla al ir a dormir, ¿no estará tratando de decirnos algo?

     Para Leader uno de los errores más recurrentes de la ciencia del sueño contemporánea (habla de un cambio de perspectiva en las investigaciones sobre el sueño a partir de los años 60 del siglo pasado) es que soslaya la dimensión subjetiva del insomnio, no se ocupa de escuchar a los sujetos en su malestar, ni coloca el problema del insomnio en una dimensión personal. Sus críticas parten desde su trabajo en la clínica psicoanalítica, donde el sujeto debe indagar a través de la palabra qué se esconde detrás de su incapacidad para dormir, qué sentimientos lo embargan en ese momento, qué asocia con su malestar, para que, de ese modo, mediante una reelaboración personal de su relación con la falta de sueño, se abra la posibilidad de descubrir el origen de su malestar. En vez de aislar a una persona en una habitación aclimatada o de seguir religiosamente los rituales comandados por las prácticas del mindfulness y la meditación, el psicoanálisis quiere que el sujeto tome la palabra en el lugar de su sufrimiento, en el punto en que algo está emergiendo desde el fondo de su vida psíquica y reclama -en este caso mediante la tortura del insomnio- urgentemente su atención.

 

 

El insomnio como un problema de lenguaje

 

«El insomnio, como muchas veces se ha señalado, no es tanto la ausencia de sueño en sí como la queja por no dormir, y los insomnes, en ese sentido, son personas que necesitan ser escuchadas»[6]. Leader nos recuerda que también debemos pensar el insomnio como un síntoma, y en ese sentido, como un mensaje lanzado por nuestra psique que debe ser descifrado e interpretado. La angustia, la ansiedad o la culpa que por momentos saturan al insomne y le impiden dormir, podrían haberse manifestado de otra manera, pero el hecho de que aparezcan como insomnio, arrebatándole a la persona la posibilidad del descanso, es algo que debe ser en sí mismo interpretado.[7] «Mensaje», «Interpretación», «desciframiento»…el psicoanálisis sitúa el problema del insomnio en la dimensión del lenguaje.

   Aunque en apariencia la posibilidad de hablar de la hiperactividad mental como algo que realiza nuestra mente parlanchina podría ser un punto de partida cercano al psicoanálisis, en realidad la comprensión que tiene la teoría psicoanalítica del aparato psíquico modifica nuestra comprensión del problema: primero, el psicoanálisis no habla de mente -algo que restringe nuestras ideas a las bases cognitivas del conductismo- sino de psique[8], y segundo, comprende el habla no como un molesto e inconexo bisbiseo, sino en su dimensión significante: así, no sólo una imagen aterradora en un sueño habla, sino también un ritual antes de ir a dormir, la ansiedad perpetua, la «mente» parlanchina … todas esas manifestaciones de una alteración en el descanso deben ser leídas, abordadas y trabajadas como algo que tiene que ver con la historia personal de cada individuo. Del mismo modo en que un sueño no significa lo mismo para dos personas, el insomnio tampoco puede ser volverse universal: muchas personas pueden sufrir de insomnio, pero en cada una de ellas responde a factores distintos.

   Ya sea que hablemos de un insomnio crónico como la incapacidad de dormir, el hecho de dormir muy poco y despertarse de madrugada o simplemente hacer grandes esfuerzos para quedarse dormido y al otro día despertar con la sensación de no haber descansado nada, en cualquier caso estamos hablando de síntomas. La única manera de saber qué función está desempeñando el insomnio en la vida psíquica de los insomnes es escucharlos, no tratar de imponerles una visión normativa del sueño o pretender enseñarles a desoír los reclamos que emergen de su interior. 

   En el momento en que Leader se pregunta cómo puede ser que las palabras nos ayuden en la transición hacia el sueño, menciona súbitamente los cuentos infantiles y retoma el caso de aquellas personas que «leen» para poder dormir; en ambos casos encuentra algo en común: «igual que los niños pueden reclamar que les cuenten un cuento para dormirse, los libros facilitan a las personas adultas una vía para escapar de aquello que, de otro modo, las mantiene despiertas».[9] Proust, un gran insomne, creía que todos llevamos en nuestro interior un libro que pide ser escrito. Freud nos enseñó que el cuento que realmente nos libera, la historia que nos ayuda a escapar de nuestro sufrimiento, es el relato de nuestra vida, narrado por nosotros mismos. Quien es capaz de retomar la historia en ese punto en el que, como un malestar, algo en su psique le dirige insistentemente un mensaje, ha abierto la posibilidad de reconciliarse con su vida, y con ello, al final, conciliar el sueño. 

  Soñando, decía Hölderlin, somos como dioses. Pero a veces hasta los dioses se atormentan. 


 

[1] A lo largo del libro, Leader cuestionará algunas de las ideas respaldadas por la ciencia del sueño, como las sacrosantas ocho horas mínimas de descanso, la visión normativa del sueño o la aparición de «nuevos» trastornos del sueño basadas en estudios que reciben financiación de grandes empresas farmacéuticas. 

[2] Darian Leader, p. 25

[3] La literatura de autoayuda explotará el hecho de que la mente hable mediante un doble movimiento de afirmación y negación: primero, tratarán de convencer a las personas de que la actividad de su mente consiste en hablar; pero, cunado la mente habla sin parar, entonces afirman que si bien nuestra mente habla, en realidad nosotros no somos nuestra mente. 

[4]

[5] De nuevo aparece la presencia del Otro como esa voz que guía a los sujetos hacia el descanso. 

[6] Darian Leader, op. Cit., p. 213. Las cursivas son mías

[7] Los casos clínicos de Leader, el del chico que se sentía culpable y el que sencillamente no podía dormir

[8] Mind no es Psyche ni esprit

[9] Leader, p. 145

2022-04-07 | 11:24:44am - Autor: Sergio Rodia